Comenzamos por la Casa del Lector una visita a la transformación de las enormes naves del antiguo Matadero junto al Manzanares, un ejemplo de rehabilitación y cambio de uso de patrimonio industrial que proporciona a Madrid nuevos espacios públicos.
La organización y desarrollo de los diferentes proyectos de rehabilitación y cambio de uso correrán a cargo de distintos arquitectos, bajo la supervisión municipal, y en 2007 comenzará a abrirse al público el espacio. En torno a la calle principal se alinean los pabellones, completamente recuperada su fachada neomudéjar de ladrillo y azulejería, pero dentro de cada nave se ha producido una transformación para adaptarla a una nueva función.
Proyecto del ingeniero de caminos José Eugenio Ribera, el Matadero se comenzó a construir en 1911. El proyecto contará con edificios separados para los diferentes usos, y deberá ser previsto su crecimiento a lo largo del tiempo, con anexión de otros pabellones, en la voluntad de crear una “pequeña ciudad productiva”, tal y como explica Luis Bellido, responsable municipal del proyecto, en su época. Las naves se organizan a ambos lados de una calle central, ancha para la circulación de vehículos grandes, siguiendo el modelo de los mataderos alemanes.
A lo largo de su funcionamiento, que llevará desde 1925 hasta 1996, 48 pabellones formarán el conjunto, que ocupa 12 hectáreas de terreno junto al río Manzanares.
En 1997 se cataloga como edificio protegido, un año después de su cierre definitivo como matadero, y en 2003 se decide la rehabilitación y cambio de uso del conjunto para espacio cultural, que además se integra en el plan Madrid Río, de recuperación de la ribera del Manzanares para uso público, con el soterramiento de la M30.
Tras esta larga introducción, llegamos a la Casa del Lector, antiguas naves de degüello, pabellones 13 y 14 del complejo, de cuya rehabilitación y cambio de uso se ha encargado el arquitecto Antón García Abril, para transformar los pabellones del matadero en salas de exposiciones y biblioteca.
Además del volumen y las fachadas, de la construcción original se conserva la estructura metálica roblonada, que se pinta en color blanco. En el interior se organizan diferentes alturas y se conectan ambas naves con pasarelas de hormigón pretensado.
La cubierta a dos aguas, sobre cerchas de acero vistas, está elevada en el espacio central, lo que permite iluminar el interior a través de dos filas de ventanas laterales.
Esta estructura general es idéntica en ambas naves, y es la distribución del espacio interior lo que las diferencia, al ordenar pasarelas y cierre de aulas o salas de diferente manera en ambas.
En la zona de biblioteca se han dispuesto aulas cerradas con mamparas de cristal, mientras que en la de exposiciones los espacios son más abiertos. Las diferentes alturas permiten la exhibición de obras de distinto tamaño, con una óptima colocación.
Ambas naves observan una neutralidad cromática, pues prevalece el blanco de la estructura y el gris de los solados y petos, que se rompe en el espacio de comunicación entre ellas, tanto por el mobiliario como por los vidrios del cerramiento con la plaza.
El éxito del proyecto se puede cifrar en lo concurrido del espacio, habitado no sólo en las aulas, sino en los espacios de estudio y en las cómodas zonas comunes.
Como hemos visto en nuestro blog en la Estación Gourmet de Valladolid, o más recientemente en La Biblioteca de Alcalá, la conservación del patrimonio construido está muy ligada al éxito de la nueva función de los edificios.
Y si buscamos otras intervenciones similares, la Biblioteca central de la Universidad Distrital Bogotá se asienta en el antiguo Matadero, construido en 1926, del que se ha conservado la estructura, fachadas y chimenea.
Y como última recomendación, visitar la exposición sobre José Mallorquí, autor de la serie El Coyote, que estará abierta en la Casa del Lector hasta el 24 de julio de 2016
Autora: Ana Fernández-Cuartero Paramio