Un edificio levantado durante el reinado de Carlos III que se ha transformado desde depósito de productos estancados hasta espacio de exposiciones y actividades socio-culturales.
El edificio original fue construido en 1771 en el lugar que ocupaban los huertos de los clérigos regulares de San Cayetano, para almacenar productos estancados hasta su distribución. El estanco era la prohibición de vender algunos productos de manera libre, como el aguardiente, los naipes o el papel sellado.
La calidad de la construcción lo entronca con otros edificios fruto de la voluntad de industrializar y crear polos de desarrollo diseminados por España por parte del monarca, como la Real Fábrica de Vidrios de la Granja o la de bronces de Riópar en Albacete.
Apoyado sobre gruesos muros de fábrica, su exterior es sobrio. Sobre la fábrica de ladrillo enfoscada se alinean grandes huecos recercados y enrejados. Los sótanos están cubiertos con bóvedas y sólo se le concede paso al ornamento en el remate de las puertas principales.
La organización del edificio es en crujías rectas, es en torno a patios regulares que proporcionarían lugares listos para la carga y descarga.
Durante el reinado de José Bonaparte, y a la vista de la fabricación ilegal de tabaco por cigarreras clandestinas en el barrio de Embajadores, se aprovecha el edificio abandonado para establecer en él la Fábrica de tabaco. Llegó a haber más de 6.000 trabajadoras.
Desde esta refundación y hasta su cierre en el año 2000 el edificio continuó con el mismo uso, con adaptaciones periódicas a las nuevas maneras de producción. Los patios están cerrados con estructuras de acero y chapa.
El hecho de que la mayor parte de los trabajadores de la Tabacalera fuesen mujeres lo convierte en un emblema de la lucha obrera femenina, pues es en él en donde se organizan asociaciones, protestas o reivindicaciones de las mujeres obreras.
La iniciativa desde el año 2003 en que el edificio, propiedad del Estado, comienza a gestionarse parte como Promoción del Arte desde el Ministerio de Cultura y parte como La Tabacalera de Lavapiés, como gestión privada, lo ha convertido en un centro de arte y en un Centro Social autogestionado que promueve el intercambio social y cultural.
El verdadero lujo de la construcción reside en las dimensiones de todos sus espacios, necesaria en sus inicios para el almacenaje y aprovechada hoy para la exposición de obras de cualquier tamaño.
La rehabilitación del edificio no ha intervenido en el estado de deterioro de las fachadas, no ha eliminado las instalaciones de ventilación, incluso ha respetado alguna maquinaria de su antiguo uso.
Forjados de revoltón, tuberías, protecciones o indicaciones conviven con la obra expuesta.
Los suelos de hormigón continuo manchados por el uso o el montaje son el marco perfecto para la exposición.
No se trata de un espacio neutro, al uso de los museos del siglo XX, sino un edificio que exhibe su historia y permite disfrutarla junto con las obras expuestas.
La zona de gestión privada es algo más radical en cuanto a actuación sobre la base arquitectónica que la alberga, pero la intervención sobre ella, la que le da sentido, está perfectamente diferenciada y no ha sometido al edificio a un cambio radical, sino a actuaciones perfectamente reversibles.
Las divisiones de los espacios para aulas o talleres utilizan materiales de deshecho, o restos de embalajes, que producen el efecto de instalaciones de Arte Povera. Junto con la utilización de los muros como paneles para graffiti, todo el continente es vehículo para la expresión del arte y para la transmisión del mensaje y la invitación a participar en esta iniciativa social.